10 nov 2015

UNA VIDA EXTRA.

La carretera estaba oscura, el taxista conducía despacio, pero Lidia estaba impaciente.

-Puede correr un poco más, por favor, necesito llegar a tiempo.
-Si claro, dijo el, pero esta oscuridad no permite muchas alegrías.

Pocos segundos después la carretera se iluminó totalmente, como si un rayo hubiera caído delante del vehículo.
El taxi cayó en un gran socavón y Lidia vió como sus expectativas se hundían en el agujero.

Lidia era una joven fuerte y simpática, después de concluir su carrera de medicina y mientras esperaba poder acceder a la especialización, un embarazo había frenado sus sueños, pero estaba entregada a su bebé, una niña, le habían dicho, quería compartirlo con su pareja y ahí iba con el taxi.

Pudo salir, sin saber cómo, del socavón, el taxi quedó dentro con su conductor. Al instante otro rayo impacto muy cerca, dejándola ciega y sorda por unos segundos. Pero esta vez no pudo reaccionar y perdió el conocimiento.

Despertó en el hospital, aunque al abrir los ojos intuyó que algo no iba bien, se palpó la barriga, comprobando a su bebé, todo estaba correcto.
Aunque al fijarse en la habitación, parecía como si hubiera retrocedido en el tiempo. Un teléfono de hacia muchos años, la ropa fría y áspera. Las enfermeras usaban un look de los sesenta.
Y sus augurios se hicieron realidad al ver el calendario que colgaba de la pared, estaban en septiembre del año mil novecientos sesenta y tres.
Algo no iba bien.
Ella había nacido veinte años después.

Aprovechó la visita de la enfermera para preguntarle por la fecha en que vivían. Todo estaba correcto en la habitación y nada en su mente.

Durante muchos días la estuvieron cuidando y en vista de que no recordaba nada más que su nombre y todo lo que explicaba de su vida parecía una fantasía de su mente, la declararon legalmente inválida.
Nadie la conocía.
La Policía estuvo indagando, pero nunca descubrieron cómo la mujer pudo llegar a esa carretera sola.

El Estado le aprobó una ayuda económica y tuvo a su hija.
Ella en el fondo sabía, que era cuestión de tiempo, de años, llegar a su propio futuro. Y luchó, trabajó y vivió.
Nadie le regaló nada, aunque su constancia le mantuvo a flote, tuvo difícil su vida, porque una mujer joven y con una hija no era bien recibida en esos años, que ella sabía no eran los suyos.

Nunca pudo explicar a su hija que pasó aquel fatídico día, con la tormenta, el taxi y la luz.

Pasaron los años, y la Nochevieja del mil novecientos ochenta y tres, se convenció a si misma de buscarse.

El trabajo de asistenta en el hospital, gracias a sus conocimientos, le habían proporcionado unos ahorros, suficiente para tomarse unas vacaciones.

Hacia allí partió.
Tenía ventaja, pudo presentarse unos días antes y conseguir el trabajo.
Y aquella noche de septiembre colaboró en su propio nacimiento. Vio a su madre.
Tal como la recordaba. Pudo abrazarla y llorar con ella de felicidad.
Y se observó, tan pequeña e indefensa.
El trabajo en el hospital no le impidió seguir viviendo cerca, de si misma. Mientras su hija, Elisabeth, forjaba amistad con su propia madre.

Los años siguieron pasando. Celebraron el final del milenio, todos juntos, casi más como familia que como amigos.

Lidia, su hija Elizabeth y su madre real, aunque sólo conocida en ese momento.
Y justo a la medianoche de ese treinta y uno de diciembre, Lidia se sinceró con ella misma. Aunque ya no se llamaba igual, sino Julia.
La acercó al fuego y le habló despacio.

-Julia, le dijo, tengo que explicarte una historia.
-Te escucho, contestó ella.
-Se que esto te va a sonar muy raro y más sabiendo que siempre me han tratado de loca.
-No te preocupes, para mi eres como de mi familia, creo cuánto me digas. Respondió Julia.
-Dentro de unos años, siguió Lidia, conocerás un gran chico del que te enamorarás, auque tendrás que tener cuidado, porque casi sin querer, te quedarás embarazada.
Julia abría cada vez más los ojos, escuchando la historia.
-Y un día, mientras crees que te vas a encontrar con tu novio, para darle la buena noticia. Tendrás un accidente en un taxi.
-Eso te paso a ti Lidia?preguntó Julia.
-Si, contestó ella.
-No entiendo que tiene que ver conmigo, entonces.
-Porque tu y yo somos las misma persona, contestó Lidia.

Las carcajadas de Julia sonaron en la estancia.
-Gracias por contarme tu historia y hacerme reír, me ha gustado mucho tu regalo. Después un beso y un abrazo cerraron la conversación.

Lidia quedó triste, pues no sabía cómo convencer a Julia para que creyera su historia.
Mientras su hija se hacía también mayor a su lado, no pudo vivir la época que le correspondía, auque nunca pudo saberlo.
 Y llegó el fatídico día.
Lo tenía grabado en su mente, la hora exacta del día correcto.
Esperó...

Sonó el teléfono, la mala noticia corrió por la casa, Julia había tenido un accidente, estaba ingresada en el hospital.
Llamaron un taxi.
Subieron en el y fueron hacia el hospital.
Las tres, su amiga y madre de Julia, su hija Elizabeth y ella.

El camión perdió el control, cruzandose en la carretera, el choque fue inevitable y muy violento.

Lidia salió despedida del vehículo.

Despertó en el hospital.

Algo no iba bien.

Tenía la barriga hinchada.
A su lado, en la habitación, en otra cama una chica joven, murmuraba en sueños.

Llamó a la enfermera.
Esta avisó a su familia.

Entraron, con cara de preocupación, la madre de Lidia y... su novio.

Ella alegró la mirada, mientras lo besaba.
-Cuánto tiempo sin verte, le dijo.
-Mujer, contestó el. Han sido tres horas.

Treinta años para mi, pensó ella.
-Aunque ya no tienes que preocuparte, continuó hablando el, la niña está perfectamente, nadie se explica cómo has podido salir casi ilesa del accidente. Dentro de un mes, seremos padres, por fin.

Lidia siguió abrazando a su novio.
Y su madre no pudo, por menos que explicarle.
-Sobretodo, ten cuidado cuando despierte Julia, tu compañera de habitación, ella también ha tenido un accidente con peor pronostico que tu, han fallecido su madre y su hijo.

Lidia no sabía que decir, aunque pensó que serían, seguro, muy buenas amigas con Julia,

No hay comentarios:

Publicar un comentario